domingo, 31 de diciembre de 2006
domingo, 17 de diciembre de 2006
Children of men (2006)
Si los escenarios de la ciencia ficción distópica cada vez parecen más convergentes es porque cada vez más se proyectan apenas unas zancadas en el futuro. El ejercicio imaginativo que nos exige una representación convincente de una sociedad decrépita es escaso, pues, como bien supo ver el genial Philip K. Dick, no es del todo imposible que el infierno ya sea esto. Hijos de los Hombres captura con eficacia este rollo -o, para expresarlo con un término menos pedante, este zeitgeist- en que estamos inmersos, confundidos pero secretamente convencidos de que las pesadillas que nos devuelve la ciencia ficción apenas son ya una ligera distorsión del presente.
Un régimen autoritario a lo V de Vendetta (2005) pero más discreto trata de frenar la imparable marea de refugiados que amenaza la estabilidad de una Gran Bretaña convertida en una especie de último bastión civilizatorio asediado por el caos político y el terrorismo islámico. Tampoco es por ello un paraíso amenazado -como ocurría en las distopías clásicas- en el que algunos mecanismos chirrían más o menos, sino un paisaje desolado y herrumbroso, erizado de escombreras y controles policiales, donde el óxido consume los despojos del naufragio postindustrial. Podría parecer bajo un primer vistazo que su principal premisa argumental -la creciente plaga de infertilidad que afecta al género humano y ha impedido que ningún niño haya nacido en dieciocho años- es el elemento que menos tiene que ver con nuestro presente. Grave error. Junto a la avalancha de refugiados, que ni siquiera es una metáfora de la inmigración, la población decreciente adquiere la valencia de una ansiedad fundamental de las clases media y alta del primer mundo, enfrentada a una imposible ecuación: queremos mantener el nivel de bienestar que veníamos disfrutando hasta que Ellos llegaron a amenazar nuestro estatus, nuestra identidad cultural, nuestra seguridad ciudadana o cualesquiera objetos de valor de la clase media; pero nuestro inconsciente político sabe que sin Ellos y las amenazas que representan no podríamos mantener el nivel de bienestar privilegiado que queríamos preservar antes de que llegaran, atraídos por nuestra necesidad, nuestro reclamo; nuestra baja natalidad.
No quiero extenderme sobre los aspectos cinematográficos: basta decir que, además de un acertadísimo reparto (impresionante Sir Caine), la dirección es de una elegancia impecable, con los alardes adecuados a cada momento: sobria cuando la historia lo requiere, para que nos fijemos en el relato y no en la tecnología -como lo hacían Gattaca (1997) o Código 46 (2003)-; audaz en las escenas de acción, como en la memorable persecución a bordo de un coche que se niega a arrancar y ha de ser empujado, o en los espectaculares planos-secuencia de la escena final. Alfonso Cuarón firma con este título, probablemente, la mejor película de ciencia ficción de este año.
Un régimen autoritario a lo V de Vendetta (2005) pero más discreto trata de frenar la imparable marea de refugiados que amenaza la estabilidad de una Gran Bretaña convertida en una especie de último bastión civilizatorio asediado por el caos político y el terrorismo islámico. Tampoco es por ello un paraíso amenazado -como ocurría en las distopías clásicas- en el que algunos mecanismos chirrían más o menos, sino un paisaje desolado y herrumbroso, erizado de escombreras y controles policiales, donde el óxido consume los despojos del naufragio postindustrial. Podría parecer bajo un primer vistazo que su principal premisa argumental -la creciente plaga de infertilidad que afecta al género humano y ha impedido que ningún niño haya nacido en dieciocho años- es el elemento que menos tiene que ver con nuestro presente. Grave error. Junto a la avalancha de refugiados, que ni siquiera es una metáfora de la inmigración, la población decreciente adquiere la valencia de una ansiedad fundamental de las clases media y alta del primer mundo, enfrentada a una imposible ecuación: queremos mantener el nivel de bienestar que veníamos disfrutando hasta que Ellos llegaron a amenazar nuestro estatus, nuestra identidad cultural, nuestra seguridad ciudadana o cualesquiera objetos de valor de la clase media; pero nuestro inconsciente político sabe que sin Ellos y las amenazas que representan no podríamos mantener el nivel de bienestar privilegiado que queríamos preservar antes de que llegaran, atraídos por nuestra necesidad, nuestro reclamo; nuestra baja natalidad.
No quiero extenderme sobre los aspectos cinematográficos: basta decir que, además de un acertadísimo reparto (impresionante Sir Caine), la dirección es de una elegancia impecable, con los alardes adecuados a cada momento: sobria cuando la historia lo requiere, para que nos fijemos en el relato y no en la tecnología -como lo hacían Gattaca (1997) o Código 46 (2003)-; audaz en las escenas de acción, como en la memorable persecución a bordo de un coche que se niega a arrancar y ha de ser empujado, o en los espectaculares planos-secuencia de la escena final. Alfonso Cuarón firma con este título, probablemente, la mejor película de ciencia ficción de este año.
Publicado por Pablo a las 5:51 p. m. 6 comentarios
lunes, 11 de diciembre de 2006
El revolucionario
AL TIRANO le gustaba plantear esos dilemas de vida y muerte en los que un padre con dos hijos tenía que entregar uno de ellos a las fauces de un lobo hambriento para así ganar el tiempo que le permitiría huir de la fosa por una escala de cuerdas con el otro pequeño al cuello. Unos optaban por salvar al mayor, otros al menor. Sólo uno sacrificó a los dos. Subió la escala y empleó su vida en derrocar al tirano.
Microrelatos de Juan Pedro Aparicio en La Mitad del Diablo. Páginas de Espuma. Madrid, 2006.
Publicado por Pablo a las 5:04 p. m. 1 comentarios
bonus track: La casa del terror
FELIPE SE NEGABA a entrar en la casa del terror pero sus amigos le arrastraban. Él protestaba, aunque se dejaba llevar. "He tenido muy malas experiencias", decía. Literalmente le subieron al trenecillo, le pagaron incluso la entrada y entre bromas y risas, haciendo mofa de sus aprensiones, entraron en el túnel.
El primero en salir huyendo fue el individuo que, disfrazado de espantajo, daba escobazos a los viajeros. Luego los demás, el que hacía de momia, el que hacía de vampiro, el que hacía de bruja, el que hacía de esqueleto fosforescente. El colmo fue ver salir huyendo también al conductor del trenecillo.
Los pasajeros, ya solos, miraron entonces a Felipe y también salieron corriendo. Éste, detrás de sus amigos les gritaba: "Os lo había dicho".
Publicado por Pablo a las 4:15 p. m. 0 comentarios
Suscribirse a:
Entradas (Atom)