Alegorías marcianas
«Bob y Joan bajaron los peldaños delanteros y se encaminaron por el sendero hacia el vehículo de superficie, estacionado al borde de la carretera. La puerta se abrió cuando se acercaron. Bob arrojó la maleta dentro y se sentó al volante.
-¿Por qué hemos de luchar contra los marcianos? –preguntó Joan, de repente-. Dímelo, Bob. Dime por qué.
Bob encendió un cigarrillo. Dejó que el humo gris se esparciera por la cabina del coche.
-¿Por qué? Lo sabes tan bien como yo. –Alargó su enorme mano y golpeó el bello cuadro de mandos del coche-. Por esto.
-¿Qué quieres decir?
-El mecanismo de control necesita rexeroide. Y los únicos depósitos de rexeroide de todo el sistema se encuentran en Marte. Si perdemos Marte, perdemos esto. –Recorrió con la mano el brillante cuadro de mandos-. Y si perdemos esto, ¿cómo vamos a ir de un lado a otro? Contéstame.
-¿No podemos volver a la conducción manual?
-Hace diez años sí, pero hace diez años conducíamos a menos de ciento cincuenta kilómetros por hora. Hoy en día, ningún ser humano podría conducir a aquellas velocidades. Es imposible volver a la conducción manual sin reducir la velocidad.
-¿Por qué no?
-Cariño –rió Bob-, vivimos a ciento cuarenta kilómetros de la ciudad. ¿De veras crees que podría conservar mi trabajo si corriera todo el rato a sesenta kilómetros por hora? Me pasaría la vida en la carretera.
Joan calló.
-Por tanto, hemos de conseguir ese maldito material, el rexeroide. Nuestros aparatos de control dependen de él. Nosotros dependemos de él. Lo necesitamos. Las minas de Marte deben seguir en funcionamiento. No podemos permitir que los marcianos se apoderen de los depósitos de rexeroide. ¿Entiendes?»
-¿Por qué hemos de luchar contra los marcianos? –preguntó Joan, de repente-. Dímelo, Bob. Dime por qué.
Bob encendió un cigarrillo. Dejó que el humo gris se esparciera por la cabina del coche.
-¿Por qué? Lo sabes tan bien como yo. –Alargó su enorme mano y golpeó el bello cuadro de mandos del coche-. Por esto.
-¿Qué quieres decir?
-El mecanismo de control necesita rexeroide. Y los únicos depósitos de rexeroide de todo el sistema se encuentran en Marte. Si perdemos Marte, perdemos esto. –Recorrió con la mano el brillante cuadro de mandos-. Y si perdemos esto, ¿cómo vamos a ir de un lado a otro? Contéstame.
-¿No podemos volver a la conducción manual?
-Hace diez años sí, pero hace diez años conducíamos a menos de ciento cincuenta kilómetros por hora. Hoy en día, ningún ser humano podría conducir a aquellas velocidades. Es imposible volver a la conducción manual sin reducir la velocidad.
-¿Por qué no?
-Cariño –rió Bob-, vivimos a ciento cuarenta kilómetros de la ciudad. ¿De veras crees que podría conservar mi trabajo si corriera todo el rato a sesenta kilómetros por hora? Me pasaría la vida en la carretera.
Joan calló.
-Por tanto, hemos de conseguir ese maldito material, el rexeroide. Nuestros aparatos de control dependen de él. Nosotros dependemos de él. Lo necesitamos. Las minas de Marte deben seguir en funcionamiento. No podemos permitir que los marcianos se apoderen de los depósitos de rexeroide. ¿Entiendes?»
Philip K. Dick, Algunas clases de vida (1952),
en Cuentos completos II (Minotauro. Barcelona, 2006).
en Cuentos completos II (Minotauro. Barcelona, 2006).
2 comentarios:
Unos quieren pasarse la vida en la carretera. Otros en casa. Con ambos se puede hacer negocio.
Por cierto. Kaput II está practicamente terminada. Te envío la portada por si la quieres ver. Sale lo tuyo del planeta, pero no lo de la vendeta, que la serviremos (fría) en otra ocasión.
Mil gracias de nuevo. ¿Qué tal todo?
Todo en orden. Felicidades por el segundo número, y que cumplas muchos más... envíame esa portada cuando puedas y la anunciamos gratuitamente en La Marmitácora.
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