My own private Madrid
Leo con emoción y recomiendo esta entrada de La Petite Claudine. A los que no conozcan mucho esta ciudad, para que tomen buena nota del recorrido; y a los que sí, para que compartan conmigo -espero- más de un fogonazo de reconocimiento nostálgico. Snifffghs.
Personalmente me falta un bar en esta lista, ex-lugar de reunión privilegiado que dejó un hueco insustituible en Manuela Malasaña 16, en nuestros bolsillos -pese a la generosidad de la tripulación- y en nuestro nightclubbin´ por Madrid -pese a los amigos que nos llevamos de allí-. A quienes, por descontado, dedicamos este post. Sabed que ahora mismo algún demonio está llenando sus cámaras en el cielo de los bares.
Personalmente me falta un bar en esta lista, ex-lugar de reunión privilegiado que dejó un hueco insustituible en Manuela Malasaña 16, en nuestros bolsillos -pese a la generosidad de la tripulación- y en nuestro nightclubbin´ por Madrid -pese a los amigos que nos llevamos de allí-. A quienes, por descontado, dedicamos este post. Sabed que ahora mismo algún demonio está llenando sus cámaras en el cielo de los bares.
7 comentarios:
La lista está bien, aunque con un claro sesgo gafapastista-malasañero. Aquí van mis humildes sugerencias:
-"Barracudas" (calle Brescia): Rock y metal noventeros, precios contenidos y un local muy amplio que casi nunca se llena, algo muy de agradecer. Si estuviese en el centro estaría siempre a reventar y, por supuesto, dejaría de ser el mejor garito de Madrid.
-Cafetería "Sylkar" (calle Espronceda). Maravillosos y archipremiados pinchos de tortilla en Chamberí. Tampoco se pueden despreciar sus torrijas y, en general, su cocina casera. El contrapunto castizo -y algo pijo por su ubicación- al sushi y la nueva cocina gafapasta de Chueca y Malasaña.
-"Kurdistan". Los mejores kebabs de Lavapiés. Decoración nacionalista kurda y música tradicional, aunque demasiado lleno los fines de semana.
-Teatro Buero Vallejo (Alcorcón). Sí, amigos de la bohemia, también hay cultura al otro lado del Manzanares. No todos los habitantes del extrarradio llevan peinado estilo cenicero ni viven para tunear el coche. A veces votan a alcaldes que llevan a un teatro público obras de éxito en Madrid -¡no musicales!- a precios populares (6-9 euros). El de Madrid sólo conoce otro tipo de obras.
De esta no te libras, napalm boy: este fin de semana quedas conminado / condenado a pasearnos por tu ruta. He dicho.
Sostaecho
Lo que me gustaba de los bares era su aliento marginal. La impresión de estar al borde de las leyes. No leyes importantes, quizá, pero leyes al fin y al cabo. Dignas de ser odiadas. Siempre he preferido los bares algo cutres, las malas iluminaciones, los ambientes poco propensos a la pose. No fue una elección pensada. Lo veo, simplemente, ahora que echo la vista atrás y observo la miríada de tugurios infectos, baretos de mala muerte, refugios de perdedores y expendedurías de garrafa donde he pasado mis tardes (“que arruiné y perdí”). Hay una sensación de liberación en tanta esclavitud humana acumulada. En toda la humillación y los desganados intentos de evitarla. También he preferido los bares donde termino por ser amigo de los barmans y los parroquianos. Siempre hay conversación interesante, planes maestros para arreglar el mundo circulan de lado a lado de la sala a la velocidad de la pólvora. Y en caso de necesidad te fían. No conozco nada más cercano a la familia –incluida la familia- que la difusa hermandad de los bares. De hecho cumple todos los requisitos de mezquindad, traición y luchas de sucesión y ego de cualquier buena dinastí. Un día, bebiendo con J, ese amigo nuestro que se come las palabras casi tan rápido como se bebe los whiskys, esbozamos la teoría de que los bares –los buenos- eran como islas de la Tortuga, diseminadas aquí y allá sobre el asfixiante mapa de lo real. Puertos francos, cuevas de ladrones, corsarios y forajidos, en un mundo donde los forajidos –los borrachos, si quieres- son a veces lo único románticamente verdadero. Dicho esto, no creo que la entrada en ninguno de los garitos que yo he querido pueda transmitir a nadie lo que yo sentí allí.
Gasté mis días en
Un bar de la zona vieja de Pontevedra cuyo nombre no recuerdo ahora – Las copas a 200 pesetas, el camarero medio subnormal, los yonquis, los acabados, los marineros, los punkis y nosotros. Épocas de iniciación, cuando tenía que emborracharme a las siete de la tarde y estar en perfecta forma a las diez, para volver a casa.
Bar Mickey (Villagarcía) – Pasaba las tardes allí con mi primera novia y sus amigos. También me dejó allí. Amables camareros, sillones y mesa de billar.
La cuevita – Era un cuadrado de baldosa negra cerca de los peores bares de Ciudad Universitaria donde milagrosamente ponían buena música rock e incluso se montó algún concierto. Ponía copas B, un encantador asturiano divorciado de una psicóloga argentina y con dos hijas que murió más tarde, según supe por amigos. Echo de menos su fino humor, su sorna y su querencia por las drogas duras. Éramos jóvenes. Yo aún bebía vodka con naranja a litros.
Destino Malasaña – Fui a diario al menos durante tres años. A veces sólo para charlar con Toño y con el Rata, que acudía puntualmente a la cita, como yo. Se que la mayor parte de la gente no se explicaba porqué podía gustarme, pero durante tiempo, hasta que mudó la piel, fue un lugar mágico (y trágico, y patético). Y había futbolín y ganas de jugarlo, eso también es esencial.
Café Moderno – Sólo me gustaba, en realidad porque iban y trabajaban mis amigos o los que acabaron siéndolo. Allí D. Se inventó el Overdose (la aportación del nombre es mía), un cocktail imprescindible, mientras el otro D trasegaba Cardhu a la sombra de su inamovible esquina.
Y tantos más... otro día sigo.
Salud
we've lived in bars
and danced on tables
hotels trains and ships that sail
we swim with sharks
and fly with aeroplanes out of here
out of here
(Cat Power, Lived in bars)
¿Se puede divulgar la receta del Overdose?
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