En el verano de 1883, durante la luna del cambio de pluma del ganso, la Northern Pacific Railroad celebró el tendido de la última traviesa de su línea transcontinental. Uno de los encargados de la organización de la ceremonia decidió que tal vez resultaría apropiada la presencia de un jefe indio para dar la bienvenida al Gran Padre -el presidente de los EE. UU.- y a su séquito. El elegido por las tribus indias fue el respetadísimo Toro Sentado -Tatanka Yotanka-, de los Sioux hunkpapa. Un joven oficial del ejército -el único, al parecer, que comprendía la lengua sioux- fue destinado a colaborar con el viejo jefe indio en la elaboración del discurso: éste sería pronunciado en sioux y seguidamente traducido por el oficial. El ocho de septiembre, durante la luna del cambio de cuerna de los ciervos, Toro Sentado y el joven chaqueta azul llegaron a Bismarck (Dakota del Norte) para la solemne celebración. Cabalgaron al frente de un impresionante desfile y fueron a ocupar su lugar en la tarima de oradores. Cuando llegó su turno, Toro Sentado se levantó y comenzó a hablar con voz grave y segura, como animada por el coro de los espíritus de sus antepasados.
El joven oficial, el único que comprendía sus palabras, escuchó pálido, atónito, al borde del desmayo.
Toro Sentado había alterado por completo el florido texto de bienvenida. Lo que dijo ha sido resumido por los historiadores más o menos así:
- Odio a todos los blancos. Sois una pandilla de ladrones mezquinos y mentirosos. Nos habéis despojado de la tierra y convertido en deshechos.
Toro Sentado alternó su parlamento con oportunas pausas para los aplausos. Entonces sonreía y se inclinaba levemente para luego reanudar su sarta de insultos.
Finalmente, se sentó de nuevo y cedió el turno de palabra al joven intérprete, que leyó como pudo el amistoso texto acordado, conduciendo al público a una entusiasta y atronadora explosión de aplausos finales para el gran jefe hunkpapa.