«Ya los artículos de los periódicos habían preparado los ánimos para juzgar verosímil el suceso»
H. G. Wells, La Guerra de los Mundos
“En la noche del 30 de octubre de 1938, millares de norteamericanos quedaron aterrorizados por una emisión radiofónica que describía una invasión de marcianos que amenazaba a toda nuestra civilización. Es probable que en ninguna otra ocasión anterior tantas personas pertenecientes a todos los estamentos y en tantos lugares del país experimentaran un trastorno tan repentino e intenso como el de aquella noche”. Así escribía Hadley Cantril sobre la versión radiofónica de La Guerra de los Mundos conducida por Orson Welles y la posterior respuesta de pánico colectivo en la que –en palabras de su guionista Howard Koch- “las inquietudes de decenas de miles de americanos salieron a la superficie y se fundieron en una corriente de terror que sacudió a los Estados Unidos. Entre las nueve, hora de Nueva York, y la madrugada del día siguiente, objetos que sólo existieron en su imaginación volaron por encima de un gran número de hombres, mujeres y niños de pueblos y ciudades a lo largo del país”. El conocido estudio de Cantril sobre su recepción estimaba que aproximadamente seis millones de personas escucharon el programa, y al menos un millón de ellas se lo tomó en serio y reaccionó según sus características. Junto a éstas, un número indeterminado de personas que no estaba escuchando la radio fue alcanzado por el histerismo de alguna manera. ¿Cómo fue posible que tanta gente interpretara como informativa una emisión de tales contenidos y previamente anunciada con toda claridad como ficcional?
Los que sintonizaron con retraso la CBS, cuenta John Moffitt en Alienígenas (Siruela, 2006), “lo que oyeron fue el típico pasaje radiofónico «real»: el pronóstico del tiempo y la música de baile en directo interpretada por «Ramón Raquello» en un elegante local nocturno neoyorquino. Esta vaga diversión fue dramáticamente interrumpida por un «boletín de noticias» retransmitido desde Chicago por el «profesor Farrel» del «Observatorio de Mount Jennings», e inmediatamente confirmado por el «profesor Pierson» de la Universidad de Princeton. De acuerdo con los asombrados científicos, se acababan de observar en el planeta Marte varias explosiones de gas incandescente. Después de otro interludio musical a cargo de Raquello, las noticias posteriores hablaban de un gran objeto en llamas que se había estrellado en Grover’s Mill, cerca de Princeton, Nueva Jersey. El impresionado periodista «Carl Phillips» informó desde el lugar de los hechos de que el objeto en cuestión era un gran cilindro metálico. Ese misil interplanetario emitía un zumbido; Carl contó que estaban desatornillando su parte trasera. Entonces unos monstruos salieron de la nave; eran enormes, con caras oscuras como el cuero mojado y con forma de serpientes y ojos de insecto (...). Los extraterrestres procedieron entonces a liquidar a los policías de Nueva Jersey con un lanzallamas; sus aterrorizados gritos podían oírse con claridad. Los defensores americanos fueron aniquilados. Cuando llegó el momento de la inevitable pausa comercial, los marcianos habían atacado todo Estados Unidos. El resultado inmediato fue el pánico nacional”
Desde luego, sintonizar la emisión ya comenzada y desconocer esos anuncios fue en muchos casos una condición suficiente: la radio era en aquel momento el medio en el que el público norteamericano tenía más confianza como fuente de información, y el astuto recurso a los «expertos» (militares, astrónomos...) junto a la riqueza en la exposición de detalles apuntalaron el efecto de realidad. Más complicado resultaba explicar cómo alguien que sintonizara el programa desde el principio pudo haber tomado la representación por un noticiario; pero de nuevo ciertos indicios textuales promovieron la suspensión de incredulidad. “Muchas personas que sintonizaron la radio para oír una obra del Mercury Theatre” –dice Cantril- “creyeron que el programa normal había sido interrumpido para dar boletines especiales de noticias. La técnica no era nueva después de la experiencia con los informes por radio acerca de la amenaza de guerra en septiembre de 1938”. Pues en efecto, entre los principales factores de sugestión mencionados por Cantril no sólo figura el contexto de prolongada inseguridad económica, política y personal sino también, y de forma muy particular, la sensibilidad al clima prebélico: la amenaza de un inminente conflicto internacional gravitaba sobre la opinión pública de tal modo que muchos norteamericanos se encontraban favorablemente predispuestos a dar crédito a la noticia de una invasión por una potencia extranjera, “ya fuese ésta obra de los japoneses, de Hitler o de los marcianos”. Así lo reflejaba una de las respuestas citadas en el estudio:
El locutor dijo que un meteorito había caído desde Marte y yo estaba seguro de que él pensaba eso, pero en mi fuero interno yo tenía la idea de que el meteorito era sólo un camuflaje. Se trataba realmente de un avión tipo zepelín –parecido a un meteorito- y del ataque de los alemanes con bombas de gas.
De esta forma, como resume Koch, “muchos oyentes identificaron a las criaturas monstruosas con los alemanes. Dieron por sentado que Hitler había desarrollado un arma secreta devastadora y que estaba tomando el mundo entero. En una noche llena de terror nuestros miedos e inseguridades acumulados vinieron a pernoctar en nuestra casa”. Tanto si era interpretada en su literalidad como si lo era desde otros códigos menos fantásticos, la emisión radiofónica de La guerra de los Mundos engarzó hábilmente en los resortes de estas ansiedades generando en parte una especie de reacción catártica colectiva; y en ella la figura del marciano aparecía de nuevo como la encarnación desplazada de un enemigo no tan remoto.
Cuando en 1949 Radio Quito (Ecuador) emitió un programa similar y se reprodujo la reacción pánica, los responsables se apresuraron a aclarar que se trataba de una obra de ficción. El anuncio no sentó bien entre quienes ya habían hecho planes para el fin del mundo, y una enfurecida muchachada con latas de gasolina se acercó a las instalaciones radiofónicas para prenderlas fuego. En el incendio murieron veinte personas y hubo veinte heridos.
Hay bromas que sólo se pueden gastar una vez.
Guión radiofónico y mp3 de la emisión
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